martes, 9 de marzo de 2010

Mujeres y guerrilla

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Mujeres, guerrilla y terror de Estado en la época de la revoltura en México
Por Adela Cedillo
Contexto
El presente ensayo tiene como marco temporal la guerra fría en México y, dentro de ella, el fenómeno conocido como “guerra sucia”, cuyos límites cronológicos se pueden fechar entre  1962 y 1982.[1]  Durante este periodo se desarrolló una confrontación militar entre el sector más radical de la izquierda urbana y rural y el Estado, la cual produjo los niveles de violencia política más elevados desde la rebelión cristera. Aunque en algunas coyunturas el conflicto estuvo a punto de adquirir dimensiones nacionales, sus principales expresiones no trascendieron el ámbito regional. Los estados en los que hubo un mayor despliegue de fuerzas, tanto guerrilleras como contrainsurgentes, fueron Guerrero, Chihuahua, Sinaloa, Jalisco, Nuevo León, Sonora y el Distrito Federal y, en menor medida, Morelos, Michoacán y Oaxaca.[2]  El común denominador en todos los casos es que la lucha armada fue precedida por diversos movimientos (sindicales, estudiantiles o campesinos) violentamente reprimidos.
Con el advenimiento de la guerra fría, el Partido Revolucionario Institucional (que ejercía una dictadura unipartidista de facto) importó la doctrina de la seguridad nacional, que regía la política exterior de los Estados Unidos de Norteamérica en aras de contener la expansión de la “amenaza comunista”.  Después de la revolución cubana (1959), dicha doctrina alentó el desarrollo de políticas contrainsurgentes para acabar con los potenciales focos de desestabilización en el continente americano.  En México, esto se tradujo en que  el activismo pacífico de la sociedad civil no corporativizada fue asimilado a una presunta “conjura comunista internacional” y, en consecuencia, se le combatió con métodos contrainsurgentes. El ejército fue empleado de forma sistemática para romper huelgas, disolver mítines, realizar detenciones y torturar, ejecutar o desaparecer a los “enemigos internos”.  Después de la matanza de civiles en Tlatelolco, el 2 de octubre de 1968, en el ámbito urbano el gobierno acudió preferentemente a las corporaciones policiacas o a los cuerpos especiales, parapoliciacos o paramilitares, a fin de proteger la imagen de un instituto armado asaz desprestigiado ante la ciudanía.  En cambio, en las áreas rurales, incomunicadas y ajenas a cualquier tipo de observación ciudadana, las fuerzas armadas protagonizaron el paroxismo del terror estatal. En respuesta a este conjunto de episodios, el sector más radical del espectro político de la izquierda socialista abandonó el camino de la lucha pública y semilegal y comenzó los preparativos para declararle la guerra a un Estado calificado de autoritario, represivo y cuasi totalitario.
En el periodo estudiado aparecieron más de cuarenta organizaciones político-militares con diferentes grados de estructuración y, sobre todo, con apreciaciones contrastadas sobre la estrategia y táctica revolucionarias a seguir. Antes de que rebasaran la fase inicial de preparación, estas agrupaciones fueron destruidas sin concesión alguna. Subvirtiendo el marco legal al que se debía, el gobierno hizo uso de una fuerza desproporcionada para garantizar el exterminio de los guerrilleros y de sus bases de apoyo, bajo el famoso principio francés de la guerra antisubversiva que recomienda  “quitarle el agua al pez”. No menos de tres mil personas fueron ejecutadas o desaparecidas en ese contexto y un número indeterminado pero sumamente elevado fue objeto de torturas y tratos crueles, inhumanos y degradantes a manos de los agentes del orden.[3]  Oficialmente, hubo más de mil quinientos presos políticos y cincuenta y siete exiliados, aunque se cuenta con indicios de numerosos casos no registrados.[4]  En el bando contrario, las cifras son igualmente escurridizas, si bien, elementos de las propias fuerzas públicas apuntan a que sus bajas fueron de  doscientos militares y ciento cincuenta policías y civiles.[5]
Pese a la evidente derrota militar del movimiento armado socialista, éste contribuyó decisivamente a la erosión del sistema político mexicano, al punto de que, a casi dos décadas de actividad contrainsurgente, se decretó la primera reforma política significativa del México posrevolucionario, a partir de la cual los partidos verdaderamente opositores pudieron contender en procesos electorales. El grueso de la izquierda entró en una dinámica electoral, pero el movimiento armado  no desapareció, sino que se contrajo e inició una fase de latencia. Durante la década de los ochenta, otras organizaciones y actores se encargaron de alimentarlo subterráneamente, hasta que emergió a la luz pública en la década de los noventa del siglo XX, con un rostro totalmente renovado.
Al inicio de los ochenta, más allá de vanagloriarse de su triunfo militar sobre la subversión, el Estado mexicano convirtió el tema en tabú para eludir su responsabilidad por la comisión masiva de crímenes contra la humanidad. Paulatinamente –y de forma bastante tardía en relación con otros países latinoamericanos que también tuvieron sus respectivas “guerras sucias”– algunos actores de la sociedad civil mexicana (en concreto, algunos exguerrilleros, periodistas y académicos) se han atrevido a derribar el cerco en torno a estos sucesos vetados por la historia oficial. Así, con el nuevo siglo, también ha nacido una corriente encargada de su investigación, análisis y resignificación. En dicha corriente se enmarcan los incipientes estudios sobre el papel de las mujeres en el movimiento armado socialista mexicano, que es el tema del que me ocuparé detenidamente.

Las mujeres en las guerrillas urbanas y rurales
Para fines metodológicos, los estudios sobre el movimiento armado socialista en México deben partir de una distinción básica entre la lucha en las ciudades y en el campo.  Aunque ésta se desarrolló de forma paralela y con relativa unidad de propósitos (v. gr. la destrucción del Estado “burgués”, la abolición del capitalismo y la instauración de un régimen socialista), las causas que la originaron en cada ámbito fueron muy diferentes y sus consecuencias también.
            El análisis de la cuestión de género en el seno del movimiento armado no puede escapar tampoco a la diferenciación entre el papel que jugaban las mujeres en las guerrillas rurales y en las urbanas. Hasta el momento, las recopilaciones de testimonios y los escasos ensayos sobre el tema han puesto el énfasis en la especificidad de la mujer respecto al hombre en este tipo de lucha, y han hecho poca luz sobre los condicionamientos de clase de los diversos tipos de mujeres que se integraron a ella.[6] Del mismo modo, han atendido el tema desde ángulos personales o individuales y han reparado poco en las relaciones de las mujeres con las comunidades a las que pertenecían. Por ende, me parece imprescindible enfocar factores tales como los orígenes sociales y las motivaciones de las mujeres que se incorporaron al movimiento armado, así como las perspectivas que tenían del mismo.
Las guerrillas rurales se originaron en estados como Chihuahua y Guerrero, dominados por oligarquías regionales de grandes latifundistas y caciques que detentaban todo el poder económico y político y se imponían mediante un sistema coercitivo en el que, tanto los cuerpos privados como las fuerzas públicas, ejercían una violencia extrema contra el campesinado. En ambos casos, las regiones en las que surgió el movimiento armado socialista contaban con tradiciones de lucha revolucionaria que se reactivaban periódicamente.
Los protagonistas de organizaciones como el Grupo Popular Guerrillero, el Movimiento 23 de Septiembre, la Asociación Cívica Nacional Revolucionaria y el Partido de los Pobres, fueron hombres en su mayoría. Una revisión general a las fuentes documentales y orales revela que las mujeres campesinas o de origen campesino fungieron ante todo como bases de apoyo y casi no se incorporaron a los campamentos guerrilleros o a las casas de seguridad, pues dada la estructura patriarcal en la que se desenvolvían, ellas eran propiedad de sus padres o esposos y no podían tomar parte del quehacer político sin su autorización.[7] Tanto la militancia como la guerra eran actividades que tradicionalmente correspondían a la esfera de lo público y lo masculino, contrapuesta a la de lo privado-femenino.
La siguiente cita, tomada del testimonio de una mujer oriunda de la sierra de Atoyac, Gro. que de joven se integró a la guerrilla del Partido de los Pobres, ejemplifica esta situación:
…las mujeres tenían miedo de participar, ya que en ese tiempo éramos muy apegadas a la familia… no les daban permiso sus padres […Pero] ya había más movimiento y hubo más persecución, entonces empezó el ejército a rodear las comunidades, ya familiares habían sido detenidos algunos, y desde ahí yo tomé la decisión de irme al grupo armado. Fue muy difícil para mí, ya que como mujer tuve que convencer a mis padres para que me dejaran, insistí mucho para que ellos me dieran el permiso, yo no me quería ir a las escondidas […] para que no me fuera sola mis padres tuvieron que mandar a un hermano conmigo porque ellos decían que era muy peligroso para una mujer andar sola y además tantos hombres ahí, que iba a caer como un pescadito al agua, no?[8]
Otra de las razones por las que las mujeres no podían incorporarse a los campamentos guerrilleros tenía que ver con la sobrevivencia misma: las hijas y esposas de los rebeldes muertos o desaparecidos debían sustituirlos en el trabajo agrícola. Así, las campesinas enfrentaron una doble desventaja, de género y clase, para participar en el movimiento.[9]
No obstante, también hubo casos en los que fueron los mismos padres o esposos involucrados en la lucha los que indujeron la participación femenina, ya fuera para cubrir las bajas que dejaba la represión, o bien para facilitar las funciones de aprovisionamiento, enlace, información, etc. y despistar así a un enemigo que no estaba acostumbrado a combatir contra mujeres. Es importante subrayar que las campesinas que aceptaron ser bases de apoyo lo hicieron dada la solidez de los vínculos familiares, comunitarios y de vecindad preexistentes.[10] Estas redes colectivas garantizaban dos principios indispensables para consolidar la organización: la lealtad y la confianza, por consiguiente, se convirtieron en los medios más seguros para reclutar simpatizantes y/o aliados.
Debo hacer notar que la evidente desigualdad en las relaciones de género no escapó al interés de líderes como Lucio Cabañas. En el punto nueve del “Primer ideario del Partido de los Pobres”, de marzo de 1972, se mencionaba escuetamente que había que luchar por “liberar a la mujer haciendo valer su igual derecho frente al hombre”.[11] Los testimonios apuntan a que, al menos en los campamentos guerrilleros, prevaleció el compañerismo, el respeto y la equidad en la distribución de tareas entre hombres y mujeres,[12] pero nada indica que esta situación haya trascendido a otros ámbitos comunitarios, lo que me hace suponer que este “igualitarismo” obedecía a la coyuntura del momento y no a que los campesinos que distribuían su tiempo entre guerrilla y la milpa, estuviesen convencidos de que las mujeres tenían los mismos derechos.
En las ciudades la situación fue muy distinta a la del campo, ya que la violencia estructural del Estado ante la demanda ciudadana de ampliar los espacios de participación política, generó un poderoso sentimiento de agravio entre un sector de la clase media que se radicalizó y tomó las armas. La combinación de privación de poder, represión y terror fue un coctel explosivo que trajo consigo la aparición de por lo menos veinticinco organizaciones político-militares urbanas en toda la república.[13]
Aproximadamente una cuarta parte de los militantes de dichas agrupaciones fueron mujeres de clase media, aunque entre las bases de apoyo esta cifra podría ser superior.[14]  Para las citadinas, la adopción de un papel revolucionario activo era una decisión individual, que implicaba romper conscientemente con los atavismos sociales. En ese sentido, unirse a las guerrillas “era un paso más radical para las mujeres que para los hombres, porque era una decisión consistente con el papel tradicional de los hombres, pero no con el de las mujeres”.[15]  Las organizaciones armadas se beneficiaron de este cambio de mentalidades, pues a decir de Macrina Cárdenas, éstas reclutaban a mujeres y hombres sin distinción. Así:
El hecho de que hubiera más hombres que mujeres no se debía al sexismo […] era más bien un reflejo de la situación de las mujeres en la sociedad. Mientras que los hombres no tenían muchos problemas para incorporarse a la vida clandestina, las mujeres tuvieron que enfrentarse a conflictos muy serios con sus familias. Algunas tuvieron que usar la táctica de “casarse” para poder abandonar la casa… otras optaron por la fuga.[16]
Las mujeres urbanas no estaban menos constreñidas socialmente que sus contrapartes rurales, pero tuvieron condiciones más favorables para liberarse. La industrialización y la urbanización, alentadas por el modelo desarrollista, propiciaron la incorporación de las mujeres al mercado laboral y su acceso a la educación. El clima de efervescencia político-ideológica propio de las universidades fue el caldo de cultivo en el que algunas de ellas se independizaron, se hicieron socialistas y se radicalizaron. Sólo en este tipo de contexto podía haber más mujeres disponibles para participar en las guerrillas, como lo prueba el hecho de que aproximadamente el cincuenta y siete por ciento de las guerrilleras urbanas hubiera tenido un activismo previo en los movimientos estudiantiles de los sesenta y setenta, al interior de una institución de educación media superior o superior, que el quince por ciento hubiera pertenecido a alguna organización semilegal o algún otro movimiento social y que el veintisiete por ciento restante hubiera apoyado a algún familiar vinculado con alguna expresión disidente.[17] Los jóvenes eran los militantes por excelencia, en virtud de sus escasas responsabilidades familiares y de trabajo, del tiempo que podían dedicar a estudiar la teoría marxista y sus derivados y de su disposición para correr más riesgos. Pese a esta disponibilidad, debo hacer hincapié en que  sólo una pequeña porción de mujeres, independizadas o dispuestas a emanciparse, optó por la militancia clandestina. El resto permaneció en las agrupaciones semilegales o en los movimientos estudiantil, obrero y urbano-popular.
De acuerdo con la valoración de los testimonios existentes, los factores contextuales y personales pesaron más que los ideológicos en la decisión de las militantes urbanas de abandonar a la familia, el trabajo y el patrimonio para pasar a la clandestinidad. De esta manera, si bien la ideología socialista y el imaginario construido a partir de la revolución cubana fueron pivotes que acercaron a muchas mujeres a la lucha social, la mayoría ha aludido a alguna experiencia directa asociada a la extrema violencia estatal para justificar la lucha armada. Mientras que algunas mujeres habían participado en movimientos pacíficos que terminaron ahogados en sangre, otras vivieron el asesinato de sus familiares o amigos.[18] Ambos elementos conformaron los pilares de una visión subjetiva, desde la cual la vía legal estaba totalmente clausurada, había que acudir a la autodefensa y declararle la guerra al gobierno ilegítimo, no como un camino elegido, sino como el único posible, además de históricamente necesario.
Un estudio sobre el movimiento armado socialista basado en la cuestión del género revelaría si hubo diferencias entre las motivaciones de los hombres y las mujeres para participar en la lucha armada. A partir de un análisis superficial, puedo conjeturar que los estímulos eran básicamente los mismos, excepto porque más hombres que mujeres habían pertenecido a las organizaciones de la izquierda semilegal y, por lo tanto, entre algunos de ellos sí tuvo un peso mayor el factor político-ideológico. Esto se refleja también en que, mientras el grueso de las guerrilleras tenía edades que oscilaban entre los 17 y los 25 años, entre los hombres el rango se extendía hasta los 35 años.  Por supuesto, los militantes más “viejos” provenían de diversas experiencias en los movimientos abiertos. El aventajamiento en cuanto a experiencia fue uno de los factores que determinó que la mayoría de los liderazgos fuesen masculinos.
Una considerable parte de mujeres ex-militantes del movimiento armado ha señalado que su incorporación a sus respectivos grupos se dio en condiciones de igualdad, pese a que ellas no planteaban demandas específicas de género. En virtud de que, tanto hombres como mujeres daban prioridad a la discusión sobre la lucha por el cambio de sistema, el tema de la equidad entre los sexos se sobreentendía y no estaba a debate. De acuerdo con Cárdenas:
Esto no quiere decir que el machismo no estuviera presente; así como su contraparte, la sumisión de las mujeres. Lo que sucedió fue que esto se dio en otros planos, no en el terreno del desarrollo de las tareas políticas. […] El nivel de participación tenía que ver más con el grado de compromiso de los militantes que con la condición de género.[19]
Puesto que el sexismo no podía abolirse ni por voluntad ni por decreto, me parece probable que los guerrilleros evitaran la discriminación para no inhibir la presencia femenina.[20] Sin embargo, y pese a la igualdad en la asignación de tareas, sospecho que la ausencia de análisis sobre el papel de las mujeres durante y después de la lucha era un signo del predominio de la visión masculina sobre las relaciones de género o, en el mejor de los casos, el de una perspectiva que en aras de un igualitarismo ideal, ignoraba las diferencias entre los sexos. Una ex-guerrillera me lo expresó en otros términos: “soñábamos con el hombre nuevo, pero nos faltó diseñar a la mujer nueva”.
En la medida en que hombres y mujeres compartieron –en igualdad de condiciones– objetivos estratégicos y una praxis para realizarlos,  se abrió para las mujeres la posibilidad de luchar por el poder en el seno de organizaciones que se caracterizaban por un profundo y rígido verticalismo. La vertiginosa caída de los líderes y cuadros masculinos inicialmente facilitó el posicionamiento femenino, si bien, algunas mujeres escalaron por méritos propios. Aunque no hubo mujeres que se erigieran como ideólogas  –y por ende tampoco dictaban la línea política a seguir–, algunas lograron conformar liderazgos precisamente en el terreno militar, que era el más típicamente masculino y también el más deseado.[21]
Hasta dónde las mujeres tuvieron que reproducir la conducta masculina a fin de ascender en la escala político-militar, es algo difícil de precisar, no obstante, lo que sus compañeros sobrevivientes resaltan de ellas son la valentía, el arrojo, el temple,  la capacidad organizativa y la habilidad con las armas, cualidades todas que antes sólo se asociaban al ámbito masculino. Así, dada la glorificación de la violencia revolucionaria, inherente a la cultura guerrillera, una mujer que libraba combates adquiría automáticamente un prestigio al que no podría aspirar realizando otras labores menos arriesgadas.[22] El hecho de que estas mujeres se posicionaran de un modo que subvertía tan poderosamente las convenciones de género, representó un ejercicio de facto de la emancipación y el empoderamiento femeninos, el cual podría considerarse como un feminismo no teórico, sino empírico. 
Mi conclusión respecto a la participación de la mujer en los ámbitos rural y urbano es que, mientras las campesinas nunca cuestionaron su papel de subordinación a los hombres, la sola participación de la mujer citadina en la lucha armada pasaba por el reconocimiento de que ésta debía desarrollarse en condiciones de equidad respecto a la contraparte masculina. Las diferencias de fondo en ambos casos obedecen a las condiciones estructurales de cada contexto: las campesinas se movían en un horizonte estrecho y patriarcal, dominado por usos y costumbres tradicionales no afectadas aún por el desarrollo capitalista. Por el contrario, las citadinas vivieron una situación de movilidad social, con el consiguiente acceso a la educación, el cual no sólo les permitió escalar posiciones sociales, sino también insertarse en corrientes vanguardistas, progresistas o revolucionarias.
Por último, quisiera ofrecer un par de ejemplos sobre las diferentes percepciones que sobre el movimiento armado tuvieron las mujeres del campo y la ciudad inscritas en su órbita. En el caso de la guerrilla comandada por el profesor Lucio Cabañas Barrientos, aunque el Partido de los Pobres gozó de una amplia simpatía y respaldo popular en la sierra de Atoyac, no todos los que tomaron parte del proceso tuvieron una clara conciencia política del mismo. De esta manera, las madres y hermanas de campesinos desaparecidos en una comunidad llamada el Rincón de las Parotas, mpo. de Atoyac de Álvarez, Gro., a quienes entrevisté, se refirieron a la llamada “guerra sucia” como la época de la revoltura, en la que “los guachos secuestraban a la gente y no se volvía a saber de ella, pero también la gente de Lucio Cabañas mataba a los guachos. En medio estaban ellas, que sufrían la represión indiscriminada sin comprender o sin estar de acuerdo.
En contraste, las guerrilleras urbanas tenían una concepción muy interiorizada de las causas de la lucha armada, al grado de vivirla como un “imperativo moral”.[23] Para ellas el apocalipsis era bienvenido, pues lo que estaba en juego era la revolución socialista, el futuro de la humanidad al que había que apostarle todo, incluso la vida misma. Como lo expresó la guerrillera Dení Prieto en la carta de despedida a sus padres: “nuestro objetivo final vale mucho más que los sacrificios que pueda costar”.[24] Así, también en la asunción de un compromiso absoluto y en la disposición martirológica, las guerrilleras alcanzaron una igualdad plena respecto a los hombres.

Las mujeres ante el terror estatal
Pese a la disparidad de origen, formación, motivaciones y convicciones, tanto las mujeres que fueron bases de apoyo de la guerrilla rural como las guerrilleras urbanas fueron víctimas de las mismas prácticas del terror estatal, aunque las vivieron de manera distinta: unas desde el ámbito de su propia comunidad asediada y otras a nivel de sus organizaciones y familias.
            El estado de Guerrero, un verdadero Viet Nam a pequeña escala, constituye el ejemplo por antonomasia de los alcances de la guerra contrainsurgente en el medio rural. Las organizaciones armadas  (la ACNR, pero sobre todo el PdlP) fueron objeto de las campañas militares más intensas de la década de los setenta. Las comunidades campesinas a las que se les identificó como colaboradoras de los guerrilleros, fueron sujetas a un cerco militar y a un cerco de hambre. Los soldados allanaban y saqueaban todas las moradas de los poblados a los que arribaban y congregaban a todos los habitantes en un punto, a fin de identificar a los que fungían como bases de apoyo.[25] A través de un sistema que fomentaba la delación entre familiares, amigos y vecinos, los militares esperaban quebrar la cohesión comunitaria para facilitar la desarticulación de las células subversivas montadas sobre las redes colectivas preexistentes.
            En la medida en que las mujeres eran vistas como propiedad de sus familiares varones, también formaron parte del “botín de guerra” y fueron sometidas a torturas y violaciones sistemáticas, incluso multitudinarias, sin importar su edad (los registros abarcan a niñas y adolescentes de diez a quince años y a mujeres maduras).[26] Cientos de mujeres sufrieron la ejecución, la detención o la desaparición forzada de sus esposos, hermanos e hijos y, en algunos casos, los militares las obligaron a tener relaciones sexuales con la falsa promesa de que, con su cooperación, éstos serían liberados. Otras tantas mujeres sufrieron una persecución encarnizada por su parentesco con los guerrilleros y tuvieron que migrar a otros estados.  Para aquellas que permanecieron en sus poblados, la adaptación fue más difícil pues, con la ausencia de los hombres, que proporcionaban el sustento, quedaron en una situación de absoluto desamparo y tuvieron que realizar arduas faenas en el campo o al servicio de terceros, para sacar adelante a sus familias. Aquellas que volvieron a contraer matrimonio fueron socialmente rechazadas por no esperar a que aparecieran sus maridos desaparecidos.  
En algunas coyunturas, la represión contra las comunidades tendió a incrementarse independientemente de la actuación de las guerrillas, ya que desde la perspectiva contrainsurgente era más fácil “quitarle el agua al pez” que el trabajo de pesca en sí. Esta situación se prolongó indefinidamente, al punto de que podría hablarse de una normalización del terror, que entrañó la destrucción de la vida comunitaria.
En las ciudades, en cambio, la violencia fue selectiva y se dirigió específicamente contra los guerrilleros y sus familias. La subestimación de los cuerpos policiacos y militares respecto a la capacidad político-militar de las mujeres provocó que, al menos en la primera etapa de la contrainsurgencia, la represión no se enfocara en ellas. Esta situación se revirtió cuando la participación femenina se hizo más visible en las actividades más riesgosas (secuestros, expropiaciones, reparto de propaganda, etc.).  Miguel Nazar Haro, quien fuera uno de los torturadores más famosos de la época, lo expresó abiertamente: “en un principio teníamos consideración por las viejas, pero después que nos dimos cuenta que eran más cabronas [sic] que los hombres se acabaron las consideraciones”.[27]
Las declaraciones de “El negro”, quien confesó ante la prensa haber sido agente de la Brigada Blanca y custodio de detenidos-desaparecidos, en el Campo Militar No. 1, ofrecen otra evidencia de la misoginia compartida por el grueso de los represores:
Ahí había una vieja, la tal Tecla [Ana María Parra de Tecla], mala madre, mala madre. Una vieja fea, flaca, que no tenía ningún atractivo femenino […] Y fue la tal Tecla, una pinche [sic] vieja chaparra, yo creo que no pesaba ni cuarenta kilos, y llegó con la otra vieja, una gorda ella […] y le metieron balazos a todos [los de un batallón de policías auxiliares]. Mataron a todos. [En los separos…] ni agua le daba yo a esa vieja.[28]
Como puede apreciarse, los agentes del orden no toleraban pelear contra mujeres y, menos aun, sufrir una derrota ante ellas, ya que cifraban en la fuerza física una de las claves de la masculinidad. El hecho de que el “sexo débil” fuese capaz de expresarse con el mismo lenguaje de violencia, confrontaba a los represores con el núcleo de su identidad. En suma, dado que ellos no ignoraban que las guerrilleras cubrían las mismas funciones que los varones, sentían que debían castigarlas con más saña, por su doble condición de subversivas y mujeres.
Cuando los especialistas en la tortura descubrieron la supuesta eficacia de torturar y violar a las mujeres en presencia de sus maridos o hijos, de torturar a los bebés frente a sus padres o de amenazar a las mujeres preñadas con hacerlas abortar, la mujer adquirió una dimensión especial en la maquinaria del terror. Las agresiones brutales contra la identidad sexual femenina devastaban no sólo a la víctima, sino también a su pareja y a sus familiares.  Aunque muchas de las torturas aplicadas a los hombres también fueron sexuales (hubo casos aislados de violaciones y abuso sexual, simulacros de castración, etc.), los ataques contra la anatomía femenina y la maternidad tuvieron la peculiaridad de ser sistemáticos.
Por otra parte, he encontrado indicios que me permiten suponer que las mujeres detenidas-desaparecidas fueron las primeras en ser eliminadas físicamente ya que, de acuerdo con algunos testimonios, las cuadrillas para mujeres de la cárcel clandestina del Campo Militar No. 1 estaban regularmente vacías.[29] La aversión hacia las guerrilleras mostrada por los miembros de las fuerzas públicas –independientemente de su nivel jerárquico–, deja pocas dudas respecto a su intención de exterminarlas, bajo el supuesto de que así conjuraban el peligro de que aparecieran otras en su lugar.
Los datos con los que se cuenta respecto a las militantes y las bases de apoyo que fueron víctimas del terror estatal arrojan que aproximadamente cincuenta y tres mujeres fueron detenidas-desaparecidas, diecinueve secuestradas y liberadas, dieciocho asesinadas, cincuenta y siete encarceladas y siete exiliadas. Por lo menos dos fueron detenidas-desaparecidas con sus esposos y bebés, ocho fueron desaparecidas cuando tenían algunos meses de embarazo y sus bebés probablemente también fueron víctimas de esta práctica.[30]  Estas cifras atañen básicamente al contexto urbano, pues sólo veintinueve de los casos conocidos corresponden a mujeres campesinas o de origen rural, proporción muy baja en relación a las dimensiones de la contrainsurgencia en el campo, aunque comprensible si se toma en cuenta que en este medio no existían mecanismos para fomentar la cultura de la denuncia ante la represión.
La lucha contra estos crímenes de lesa humanidad también corrió a cargo de las mujeres, en sintonía con el resto de América Latina. Los hombres prácticamente no se involucraron, ya fuera porque debían proveer el sustento o bien, porque estaban avergonzados o sentían culpa por sus hijos, percibidos como “terroristas” por el grueso de la sociedad. En cambio, las mujeres convirtieron un acto íntimo y personal, como la pérdida de un ser querido, en una demanda política y pública, sin importarles arriesgar su propia vida.  Como observó Elizabeth Maier, “las madres fungen como disruptoras del control autoritario estatal, precisamente cumpliendo el papel que la ideología conservadora y patriarcal les había atribuido, como responsables del cuidado de los hijos”.[31] El cumplimiento de este rol de género derivó en la paradoja de fomentar la liberación de las mujeres que se involucraron en la lucha social. Por eso, la trayectoria de amas de casa de clase media y baja, politizadas en la búsqueda de sus familiares, es uno de los capítulos más significativos del empoderamiento y la resistencia femeninos.
A diferencia de las madres de los desaparecidos de las ciudades, las del campo no tuvieron condiciones propicias para organizarse y proyectar su reclamo al resto de la república, mucho menos fuera de las fronteras nacionales. La violencia estatal, la recurrencia de la guerrilla, los conflictos intracomunitarios y la pobreza extrema fueron algunos de los factores que rápidamente desgastaron, dividieron o diluyeron la lucha de los familiares de los campesinos desaparecidos. Así, aunque el estado de Guerrero fue el campeón de la desaparición forzada, con casi 600 casos registrados, el icono de la lucha contra esta práctica ha sido el Comité Eureka, que originalmente aglutinó a madres de desaparecidos de las ciudades de Chihuahua, Culiacán, Monterrey, Guadalajara y el DF., y que en sus inicios se llamó Comité Nacional Pro Defensa de Presos, Perseguidos, Desaparecidos y Exiliados Políticos de México.
El Comité Nacional y sus antecesores, inauguraron la lucha por los derechos humanos bajo el principio elemental de que no importa qué tipo de delitos haya cometido una persona, pues tiene derecho a la salvaguarda de sus garantías individuales, entre ellas la de una defensa legal. Tal noción rompía con los muy extendidos prejuicios de que “los terroristas se buscaron lo que les pasó”, que sus familiares no tenían nada qué reclamar y que no había algo por lo que el Estado debiera pedir perdón. Así, aunque no han logrado arrancar al gobierno la información sobre el paradero de sus familiares, el valor y la tenacidad con la que madres y hermanos asumieron esta empresa, ha hecho posible que el Estado mexicano contemporáneo no pueda emplear con naturalidad muchas de las tácticas contrainsurgentes con las que destruyó a los movimientos sociales de antaño.
No quisiera concluir este ensayo sin subrayar que, la última gran diferencia que encuentro entre las campesinas y las citadinas que vivieron el movimiento armado, es que las primeras no han podido superar el pasado porque las condiciones de anomia y violencia en las que se desenvuelven no son muy distintas a las de hace tres décadas. En cambio, dada su posición social, las ex-militantes urbanas pudieron rehacer sus vidas en mejores condiciones, pese al estigma de haber sido perseguidas, encarceladas o exiliadas. Así, mientras que para unas la revoltura es pasado, presente y futuro, para las otras ésta no es más realidad sino memoria, una memoria que, en el mejor de los casos, debe impulsar la lucha por la verdad y la justicia, para que esos hechos ominosos no se repitan.

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Anexo
En el siguiente anexo se enlistan los nombres de ciento cincuenta y ocho mujeres que tuvieron una participación activa en organizaciones político-militares de los sesenta y setenta del siglo XX. La lista es una muestra parcial de la presencia femenina en la lucha armada, ya que sólo incorpora casos de mujeres presas, ejecutadas, desaparecidas, exiliadas, muertas en combate o amnistiadas. No aparecen los nombres de guerrilleras prófugas que nunca fueron detenidas por la policía, ni los de aquellas que participaron y no desean que sus identidades sean reveladas. No obstante, si se toma en cuenta que el número total de casos conocidos de mujeres vinculadas con el movimiento armado no llega a doscientos, se puede concluir que, sólo en casos excepcionales, las guerrilleras escaparon de la violencia estatal. 
El rubro “Origen” se basa en el lugar de nacimiento. En los casos en los que apenas comenzaba la transición de lo rural a lo urbano no hice ninguna aclaración, por considerar que el tipo de vida de las mujeres nacidas en esas condiciones tendió a ser urbano, aun cuando sus lugares de origen no hubieran sido clasificados como ciudades de acuerdo con los parámetros vigentes en aquella época respecto al número de habitantes con que debía contar una localidad.
En la columna “Militancia o actividad previa”, especifiqué si las mujeres en cuestión habían sido activistas del movimiento estudiantil u obrero, si habían pertenecido a alguna organización semilegal o abierta o si se habían acercado a la política por alguna Contexto familiar. Esta última alude específicamente a los casos de mujeres que no se involucraron de forma individual o por iniciativa propia, sino que eran esposas, madres, hijas, hermanas o novias de las y los luchadores sociales, y desde esa condición fueron motivadas, reclutadas o canalizadas para apoyar la lucha armada.  
La columna de “Militancia armada” es la que brinda orden cronológico a la lista, ya que las organizaciones son mencionadas de acuerdo con su fecha de aparición. En este rubro no hice la distinción entre las militantes y las bases de apoyo, debido a la ambigüedad de la información consultada. También es posible que algunas mujeres no hubieran desempeñado ninguna de las dos funciones y hubieran sido victimadas por su sólo parentesco o cercanía con quienes sí participaban, como en el caso de la familia extensa de Lucio Cabañas, recluida durante dos años y medio en el Campo Militar No. 1. Al menos en once casos pude constatar que, pese a que las mujeres no tenían vínculos con grupos armados, fueron desaparecidas.
En la última columna se refiere el destino que corrió cada mujer por su conexión con el movimiento armado. Es importante hacer hincapié en que el grueso de las presas y detenidas-desaparecidas fue torturada. Las presas fueron recluidas en rangos que van de semanas o meses hasta un máximo de ocho años. Presas y exiliadas pudieron rehacer su vida gracias a la ley de amnistía. En el caso de las mujeres muertas en combate o ejecutadas, se tiene la certeza que casi todas fueron rematadas y, en algunos casos, los cadáveres no fueron entregados a las familias. Las desaparecidas no han sido presentadas aún. Aunque el recuento de mujeres no es exhaustivo, de él se puede colegir que en un rango de entre 5 y 10% de militantes en las organizaciones armadas eran mujeres.

NOMBRE
MILITANCIA O ACTIVIDAD PREVIA
MILITANCIA ARMADA
SITUACIÓN DURANTE EL CONFLICTO
Epifania Zúñiga (embarazada)
Movimiento campesino
Jaramillismo
Ejecutada
Margarita Urías Hermosillo
Movimiento estudiantil
Grupo Popular Guerrillero y Movimiento 23 de Septiembre (1964)
Presa
Martha Cecilia Ornelas Gil
Movimiento estudiantil
Grupo Popular Guerrillero y Movimiento 23 de Septiembre
Presa
Josefina Pimentel Ramírez
Contexto familiar
Unión del Pueblo (1964)
Presa y exiliada
Nuria Boldo Belda
Movimiento estudiantil
Unión del Pueblo
Presa
Ana María Rico Galán

Movimiento Revolucionario del Pueblo (1965)
Presa
Alma Gómez Caballero.
Contexto familiar
Movimiento de Acción Revolucionaria (1966)
Presa y exiliada
Amalia Gámiz García
Contexto familiar
Movimiento de Acción Revolucionaria
Presa y exiliada
Ana Luz Mendoza Sosa
Contexto familiar
Movimiento de Acción Revolucionaria
Detenida-desaparecida
Austreberta Hilda Escobedo Ocaña
Movimiento estudiantil
Movimiento de Acción Revolucionaria
Detenida-desaparecida
Berta Vega Fuentes.
Movimiento estudiantil
Movimiento de Acción Revolucionaria
Presa
Bertha López García
Contexto familiar
Movimiento de Acción Revolucionaria
Desaparecida liberada
Dolores Gámiz García
Contexto familiar
Movimiento de Acción Revolucionaria
Presa y exiliada
Elda Nevarez Flores
Contexto familiar
Movimiento de Acción Revolucionaria
Desaparecida liberada
Elia Hernández Hernández.
Movimiento estudiantil
Movimiento de Acción Revolucionaria
Presa
Esperanza Rangel Aguilar.
Movimiento estudiantil
Movimiento de Acción Revolucionaria
Presa
Herminia Gómez Carrasco.
Contexto familiar
Movimiento de Acción Revolucionaria
Presa
Laura Gaytán Saldívar
Contexto familiar
Movimiento de Acción Revolucionaria
Desaparecida liberada
Lorena Zazueta Aguilar
Contexto familiar
Movimiento de Acción Revolucionaria
Desaparecida liberada
Margarita Aguilar Villa
Contexto familiar
Movimiento de Acción Revolucionaria
Desaparecida liberada
Martha Elba Cisneros Zavala.
Movimiento estudiantil
Movimiento de Acción Revolucionaria
Presa
Minerva Armendáriz Ponce.
Contexto familiar
Movimiento de Acción Revolucionaria
Presa
Sara Mendoza Sosa
Contexto familiar
Movimiento de Acción Revolucionaria
Detenida-desaparecida
Aída Ramales Patiño
Movimiento estudiantil
Sin militancia (acusada de pertenecer al PdlP)
Detenida-desaparecida
Alejandra Cárdenas Santana
Becaria en la Universidad Patricio Lumumba
Partido de los Pobres (1967)
Desaparecida liberada
Antonia Sántiz Méndez

Sin militancia (acusada de pertenecer al PdlP)
Detenida-desaparecida
Bartola Serafín Gervasio y dos hijas menores de edad
Contexto familiar
Partido de los Pobres
Desaparecidas liberadas
Elsa Velasco Cahuitz
Contexto familiar
Partido de los Pobres
Desaparecida liberada
Eva Reséndiz Hernández

Sin militancia (acusada de pertenecer al PdlP)
Detenida-desaparecida
Felícitas Arroyo Dionisio
Contexto familiar
Partido de los Pobres
Detenida-desaparecida
Gloria Guerrero Gómez
Contexto familiar
Partido de los Pobres
Detenida-desaparecida
Guadalupe Castro Molina
Contexto familiar
Partido de los Pobres
Detenida-desaparecida
Guillermina Cabañas Alvarado
Contexto familiar
Partido de los Pobres
Amnistiada
Hilda Solís Flores
Movimiento democrático
Partido de los Pobres
Presa
Inés Bernal Castillo

Sin militancia (acusada de pertenecer al PdlP)
Detenida-desaparecida
Isabel Ayala y Micaela Cabañas Ayala (recién nacida)
Contexto familiar
Partido de los Pobres
Desaparecidas liberadas
Juana Acosta Gómez
Contexto familiar
Partido de los Pobres
Detenida-desaparecida
Juliana Gómez López

Sin militancia (acusada de pertenecer al PdlP)
Detenida-desaparecida
Laura Villa

Sin militancia (acusada de pertenecer al PdlP)
Detenida-desaparecida
Lucía Gómez Mendiola

Sin militancia (acusada de pertenecer al PdlP)
Detenida-desaparecida
Marcelina Fierro Martínez
Contexto familiar
Partido de los Pobres
Detenida-desaparecida
María Adame de Jesús
Contexto familiar
Partido de los Pobres
Desaparecida liberada
María Concepción Jiménez Rendón
Contexto familiar
Partido de los Pobres
Detenida-desaparecida
Marina Texta
Contexto familiar
Partido de los Pobres
Detenida-desaparecida
Marquina Ahuejote Yáñez
Contexto familiar
Partido de los Pobres
Detenida-desaparecida
Matilde Llanes Vázquez

Sin militancia (acusada de pertenecer al PdlP)
Detenida-desaparecida
Olivia Flores Alarcón
Movimiento estudiantil
Sin militancia (acusada de pertenecer al PdlP)
Detenida-desaparecida
Perla Sotelo Patiño
Contexto familiar
Partido de los Pobres
Detenida-desaparecida
Rafaela Gervasio
Contexto familiar
Partido de los Pobres
Desaparecida liberada
Romana Ríos de Roque
Contexto familiar
Partido de los Pobres
Detenida-desaparecida
Tania Cascante Carrasco
Movimiento estudiantil
Sin militancia (acusada de pertenecer al PdlP)
Detenida-desaparecida
Teresa Franco Vega
Liga Comunista Espartaco (Seccional Ho Chi Min)
Base de apoyo del Partido de los Pobres
Presa
Venancia Gómez Sánchez

Sin militancia (acusada de pertenecer al PdlP)
Detenida-desaparecida
Victoria Hernández Brito
Movimiento estudiantil
Partido de los Pobres
Detenida-desaparecida
Lourdes Rodríguez Rosas
Movimiento democrático
Asociación Cívica Nacional Revolucionaria (1968)
Presa
Arcelia Martínez Aguilar
Movimiento democrático
Asociación Cívica Nacional Revolucionaria
Presa
Blanca Alvarado Vázquez
Contexto familiar
Asociación Cívica Nacional Revolucionaria
Secuestrada y liberada
Consuelo Solís Morales
Movimiento democrático
Asociación Cívica Nacional Revolucionaria
Secuestrada y liberada
Guadalupe Ramírez García
Movimiento campesino
Asociación Cívica Nacional Revolucionaria
Detenida-desaparecida
Lidia Salgado López
Contexto familiar
Asociación Cívica Nacional Revolucionaria
Secuestrada y liberada
María Concepción Solís Morales
Movimiento democrático
Asociación Cívica Nacional Revolucionaria
Presa
María Martínez Ayala
Movimiento democrático
Asociación Cívica Nacional Revolucionaria
Presa
Sara Reynoso Hernández
Movimiento democrático
Asociación Cívica Nacional Revolucionaria
Presa
Judith Leal
Movimiento Marxista-Leninista de México (maoísta)
Partido Revolucionario del Proletariado de México (1969)
Presa
Rosalba Robles Vessi
Movimiento Marxista-Leninista de México (maoísta)
Partido Revolucionario del Proletariado de México
Presa
Yolanda Casas Quiroz.
Movimiento estudiantil
Lacandones (1969)
Presa
Concepción Hinojosa C.
Movimiento estudiantil
Lacandones
Presa
Laura Méndez Ramírez.
Movimiento estudiantil
Lacandones
Presa
Lourdes Quiñónez Trevizo.
Liga Comunista Espartaco (Seccional Ho Chi Min)
Lacandones
Presa
María América Villavicencio Salgado
Movimiento estudiantil
Lacandones
Presa
María Esther Acosta Díaz
Movimiento estudiantil
Lacandones
Presa
María Eugenia Calzada Flores
Movimiento estudiantil
Lacandones
Presa
Francisca Calvo Zapata.
Movimiento estudiantil
Frente Urbano Zapatista
Presa y exiliada
Lourdes Uranga López.
Movimiento estudiantil
Frente Urbano Zapatista
Presa y exiliada
Margarita Muñoz Conde.
Contexto familiar
Frente Urbano Zapatista
Presa
Avelina Gallegos Gallegos
Contexto familiar
Guajiros (1969)
Muerta en combate
"Ruth"

Fuerzas de Liberación Nacional (1969)
Muerta en combate
Carmen Ponce Custodio
Movimiento estudiantil
Fuerzas de Liberación Nacional
Ejecutada
Dení Prieto Stock
Trabajo social
Fuerzas de Liberación Nacional
Ejecutada
Elisa Irina Sáenz Garza
Instituto Mexicano-Cubano de Relaciones Culturales
Fuerzas de Liberación Nacional
Detenida-desaparecida
Julieta Glockner Rossainz
Movimiento estudiantil
Fuerzas de Liberación Nacional
Muerta en combate
María Gloria Benavides Guevara
Movimiento estudiantil
Fuerzas de Liberación Nacional
Presa, reincidente
Nilda Valentina Rivera Rodríguez
Contexto familiar
Fuerzas de Liberación Nacional
Presa (se suicidó posteriormente)
Nora Rivera Rodríguez (embarazada)
Movimiento estudiantil, magisterial y sindical
Fuerzas de Liberación Nacional
Presa y ejecutada
María Elena Dávalos Martínez.
Movimiento estudiantil
Frente Urbano Zapatista (1970)
Presa
Rosalbina Garavito Elías
Movimiento estudiantil
Procesos (1970)
Presa
Aurora González Meza.
Movimiento estudiantil
Comandos Armados del Pueblo (1971)
Presa
Gladis Guadalupe López Hernández.
Movimiento estudiantil
Comandos Armados del Pueblo
Presa
Macrina Cárdenas Montaño.
Movimiento estudiantil
Comandos Armados del Pueblo
Presa
María de Jesús Méndez Alvarado.
Movimiento estudiantil
Comandos Armados del Pueblo
Presa
Rosa Cabañas Rodríguez
Movimiento campesino
Fuerzas Revolucionarias Armadas Socialistas (1971)
Presa
Edna Ovalle
Movimiento estudiantil
Liga de Comunistas Armados (1971)
Presa y exiliada
Alejandrina Ávila Sosa
Movimiento estudiantil
Liga Comunista 23 de Septiembre (1973)
Amnistiada
Alfonsina Flores Ocampo
Movimiento estudiantil
Liga Comunista 23 de Septiembre
Presa
Alicia de los Ríos Merino
Movimiento estudiantil
Liga Comunista 23 de Septiembre
Detenida-desaparecida
Alicia Leyva Orduño
Movimiento estudiantil
Liga Comunista 23 de Septiembre
Presa
Alma Celia Martínez Magdaleno (embarazada)
Movimiento estudiantil
Liga Comunista 23 de Septiembre
Ejecutada
Amanda Arciniega Cano
Movimiento estudiantil
Liga Comunista 23 de Septiembre
Presa
Ana Lilia Tecla Parra.     
Contexto familiar
Liga Comunista 23 de Septiembre
Presa
Ana Luisa Guerra
Movimiento estudiantil
Liga Comunista 23 de Septiembre
Presa
Ana María Parra Ramos.
Partido Comunista Mexicano
Movimiento de Acción Revolucionaria y Liga Comunista 23 de Septiembre
Presa, reincidente y detenida-desaparecida
Araceli Ramos Watanabe (embarazada)
Movimiento estudiantil
Liga Comunista 23 de Septiembre
Detenida-desaparecida
Artemisa Tecla Parra (embarazada)
Contexto familiar
Liga Comunista 23 de Septiembre
Presa, reincidente y detenida-desaparecida
Aurora Castillo Mata
Movimiento estudiantil
Liga Comunista 23 de Septiembre
Presa
Bertha Lilia Gutiérrez Campos
Movimiento estudiantil
Liga Comunista 23 de Septiembre
Presa
Carmen Teresa Carrasco Martínez
Movimiento estudiantil
Liga Comunista 23 de Septiembre
Detenida-desaparecida
Carmen Vargas Pérez (con un bebé desaparecido)
Contexto familiar
Liga Comunista 23 de Septiembre
Detenida-desaparecida
Celia Torres
Contexto familiar
Liga Comunista 23 de Septiembre
Presa
Consuelo Baños Mora
Movimiento estudiantil
Liga Comunista 23 de Septiembre
Presa
Cristina Rocha Manzanares (embarazada)
Contexto familiar
Liga Comunista 23 de Septiembre
Detenida-desaparecida
Delia Morales López
Contexto familiar
Liga Comunista 23 de Septiembre
Detenida-desaparecida
Deyanira Fernández Maldonado
Movimiento estudiantil
Liga Comunista 23 de Septiembre
Presa
Elena Montoya Cruz
Movimiento estudiantil
Liga Comunista 23 de Septiembre
Ejecutada
Elizabeth Cifuentes Berumen
Movimiento estudiantil
Liga Comunista 23 de Septiembre
Presa
Elvira Armida Miranda Verdugo
Movimiento estudiantil
Liga Comunista 23 de Septiembre
Detenida-desaparecida
Emma Cabrera Arenas (embarazada)
Contexto familiar
Liga Comunista 23 de Septiembre
Detenida-desaparecida
Eréndira Orozco Vega
Movimiento estudiantil
Movimiento de Acción Revolucionaria y Liga Comunista 23 de Septiembre
Presa
Graciela Mijares López
Movimiento estudiantil
Liga Comunista 23 de Septiembre
Presa, reincidente y amnistiada
Hilda Dávalos Ibáñez
Movimiento estudiantil
Liga Comunista 23 de Septiembre
Presa
Hortensia García Zavala
Movimiento estudiantil
Liga Comunista 23 de Septiembre
Detenida-desaparecida
Irma Yolanda Cruz Santiago
Contexto familiar
Liga Comunista 23 de Septiembre
Detenida-desaparecida
Isela Arvizu Quiñones
Movimiento estudiantil
Liga Comunista 23 de Septiembre
Ejecutada
Isidora López Correa
Movimiento estudiantil
Liga Comunista 23 de Septiembre
Presa
Leticia Galarza Campos
Movimiento estudiantil y obrero
Liga Comunista 23 de Septiembre
Detenida-desaparecida
Lourdes Martínez Huerta (embarazada)
Contexto familiar
Liga Comunista 23 de Septiembre
Detenida-desaparecida
María Constancia Carballo Bolín
Movimiento estudiantil
Liga Comunista 23 de Septiembre
Detenida-desaparecida
María de Jesús Estrada Armendáriz
Movimiento estudiantil
Liga Comunista 23 de Septiembre
Ejecutada
María de la Paz Quintanilla
Movimiento estudiantil
Liga Comunista 23 de Septiembre
Amnistiada
María de los Ángeles Sánchez
Contexto familiar
Liga Comunista 23 de Septiembre
Muerta a consecuencia de la tortura
María Margarita Marcelina Andrade Vallejo
Movimiento estudiantil
Liga Comunista 23 de Septiembre
Se suicidó en combate
María Olga Navarro Fierro
Contexto familiar
Liga Comunista 23 de Septiembre
Detenida-desaparecida
Maricela Balderas Silva (embarazada)
Movimiento estudiantil
Liga Comunista 23 de Septiembre
Presa
Marina Alejandra Herrera Flores
Movimiento estudiantil y obrero
Liga Comunista 23 de Septiembre
Ejecutada
Marisol Orozco Vega
Movimiento estudiantil
Liga Comunista 23 de Septiembre
Presa
Martha Murillo de Ramírez (embarazada)
Contexto familiar
Liga Comunista 23 de Septiembre
Detenida-desaparecida
Martha Alicia Camacho Loaiza (embarazada)
Contexto familiar
Liga Comunista 23 de Septiembre
Desaparecida liberada
Martha Olga Medrano Flores
Movimiento estudiantil
Liga Comunista 23 de Septiembre
Detenida-desaparecida
Norma Martínez Watanabe.
Movimiento estudiantil
Liga Comunista 23 de Septiembre
Presa
Olivia Ledesma Flores
Movimiento estudiantil
Lacandones y Liga Comunista 23 de Septiembre
Presa, reincidente, muerta en combate
Patricia Rodríguez
Movimiento estudiantil
Liga Comunista 23 de Septiembre
Ejecutada
Rosalina Hernández Vargas
Movimiento estudiantil
Liga Comunista 23 de Septiembre
Ejecutada
Rosario Carrillo
Movimiento estudiantil y obrero
Liga Comunista 23 de Septiembre
Ejecutada
Susana Ceballos
Contexto familiar
Liga Comunista 23 de Septiembre
Presa
Teresa Gutiérrez Hernández
Movimiento estudiantil
Liga Comunista 23 de Septiembre
Detenida-desaparecida
Teresa Hernández Antonio
Movimiento estudiantil
Liga Comunista 23 de Septiembre
Ejecutada
Trinidad León Zempoaltecalt
Movimiento estudiantil
Liga Comunista 23 de Septiembre
Presa
Dalila González Hernández
Contexto familiar
Fuerzas Revolucionarias Armadas del Pueblo (1973)
Presa
Eunice Díaz Michel
Movimiento estudiantil
Fuerzas Revolucionarias Armadas del Pueblo
Presa
Margarita Maldonado Ochoa
Contexto familiar
Fuerzas Revolucionarias Armadas del Pueblo
Presa
Monserrat Moreno Díaz
Contexto familiar
Fuerzas Revolucionarias Armadas del Pueblo
Presa
Aurora de la Paz Navarro del Campo
Movimiento estudiantil
Fuerzas Armadas Revolucionarias (1973)
Detenida-desaparecida
Fabiola Castro Molina
Contexto familiar
Fuerzas Armadas Revolucionarias
Detenida-desaparecida
Teresa Torres Ramírez (embarazada)
Movimiento estudiantil
Fuerzas Armadas Revolucionarias
Detenida-desaparecida
Teresa Estrada Ramírez
Contexto familiar
Fuerzas Armadas de Liberación (1974)
Detenida-desaparecida
Rebeca Rivera Padilla (con su bebé de un año)
Contexto familiar
Vanguardia Armada Revolucionaria del Pueblo (1974)
Detenida-desaparecida
María Sonia Esquivel
Movimiento estudiantil
Comando Armado del Pueblo (Guerrero, 1974)
Detenida-desaparecida
Sonia Virginia Escobedo Jiménez
Movimiento estudiantil
Comando Armado del Pueblo (Guerrero)
Desaparecida liberada
Aída Bracamontes Patiño
Movimiento estudiantil
Organización Revolucionaria de los Campesinos Armados (1977)
Detenida-desaparecida
TOTAL
158


Presas
57


Exiliadas
7


Desaparecidas liberadas
19


Amnistiadas que no estuvieron presas
4


Ejecutadas
13


Muertas en combate
5


Detenidas-desaparecidas
53


Desaparecidas embarazadas
8


Bebés desaparecidos
2 (1 recuperado de adulto)









[1] Para una visión global del fenómeno, véase: Laura Castellanos. México armado 1943-1981. México, Era, 2007, Jorge Luis Sierra Guzmán. El enemigo interno: contrainsurgencia y fuerzas armadas en México. México, Plaza y Valdés/Universidad Iberoamericana/Centro de Estudios Estratégicos de América del Norte, 2003 y José Sotelo, coord. Informe histórico a la sociedad mexicana, ¡Qué no vuelva a suceder! México, Fiscalía Especial para Movimientos Sociales y Políticos del Pasado, 2005, borrador (en lo sucesivo, IHSM).
[2] En los estados de Hidalgo, Estado de México, Tabasco, Puebla, Veracruz y Chiapas, la actividad militar de ambos bandos fue más focalizada, mientras que en Baja California, Durango, Coahuila, Tamaulipas, Tlaxcala, Guanajuato, Aguascalientes y San Luis Potosí, ésta sólo fue transitoria. En los restantes (Zacatecas, Baja California Sur, Nayarit, Colima, Campeche, Yucatán y Quintana Roo) el fenómeno estuvo prácticamente ausente.
[3] Dichos cálculos son producto de la confrontación documental de diversos volúmenes de los Fondos de la Dirección Federal de Seguridad (DFS) y de la Dirección General de Investigaciones Políticas y Sociales (DGIPS) del Archivo General de la Nación, así como de la revisión de la bibliografía existente sobre el periodo. Cabe señalar que en el libro del General Mario Arturo Acosta Chaparro, Movimiento subversivo en México (1990), basado en los archivos de la DFS y de la Segunda Sección de Inteligencia Militar, sólo aparecen los nombres de mil ochocientos sesenta guerrilleros y colaboradores presuntos (la mayoría ejecutados, desaparecidos o presos), lo que me lleva a suponer que las autoridades no tenían un registro completo de todas las bajas civiles. Debido a esta carencia documental, el IHSM de la FEMOSPP también manejó cifras que podrían estar muy por debajo de la realidad: cien muertos, setecientos noventa y siete casos reportados como detenidos-desaparecidos y dos mil ciento cuarenta y un torturados.
[4] La Ley de Amnistía promulgada el 28 de septiembre de 1978 en sus distintas etapas benefició a un total de mil quinientos treinta y nueve presos y prófugos que cometieron delitos por móviles políticos (la mayoría de ellos, miembros de movimientos campesinos). Al cotejar los nombres de los beneficiarios, encontré que muchos de los prófugos eran en realidad detenidos-desaparecidos que nunca fueron presentados ante ninguna autoridad. Las restricciones de acceso a la información desclasificada del fondo DFS dificultan hacer el desglose respecto a los “prófugos” desaparecidos y aquellos que realmente escaparon a la persecución de las autoridades. 
[5] Estas cifras fueron tomadas de las declaraciones del general Alberto Quintanar Gustavo Castillo García, “Gobernación infiltró el movimiento del 68, revela el general Quintanar”, La Jornada, México, 2 de octubre de 2002, versión electrónica: http://www.jornada.unam.mx/2002/10/02/005n1pol.php?origen=index.html, así como del sitio de Miguel Nazar Haro, www.miguelnazarharo.com (consultado en febrero de 2004). En su listado, Nazar incluía a civiles que fueron secuestrados y ejecutados, a guardias privados y a algunas víctimas del fuego cruzado.
[6] Véase por ejemplo Ma. de la Luz Aguilar Terrés, comp. Memoria del primer encuentro nacional de mujeres exguerrilleras. México, s.e., 2007 y Macrina Cárdenas Montaño, “La participación de las mujeres en los movimientos armados” en Verónika Oikión y Marta Eugenia García, eds. Movimientos armados en México, siglo XX. México, COLMICH/CIESAS, 2006, vol, 2. p. 609-624.
[7] México no fue el único país en el que la participación femenina en las guerrillas rurales fue escasa, por el contrario, en su análisis de las guerrillas latinoamericanas activas entre 1956 t 1970, Timothy Wickham-Crowley aseveró que no había encontrado ningún caso en el que hubiera “predominancia femenina, ni en cantidad ni en poder, dentro de un movimiento, ni… un solo caso de una campesina que se una a la guerrilla como combatiente armada”. Citado en Karen Kampwirth. Mujeres y movimientos guerrilleros. Nicaragua, El Salvador, Chiapas y Cuba. México, Plaza y Valdés Editores/Knox College, 2007, p. 137. No está por demás insistir en que el sojuzgamiento de las mujeres históricamente ha limitado su adquisición de conciencia y su participación política.
[8] Intervención de Guillermina Cabañas Alvarado en Aguilar comp., op. cit. p. 142. En esta cita se resume también el pensamiento tradicional de la época, que visualizaba a la mujer como un ente débil, sin agencia ni capacidad para defenderse, y cuya naturaleza de objeto sexual despertaba las pasiones masculinas.
[9] Como observó Linda L. Reif, esta doble desventaja también se refleja en los estudios de la política convencional, que muestran que el bajo nivel socioeconómico disminuye el activismo femenino más profundamente que el masculino. Reif, Reif, Linda L., “Women in Latin America Guerrilla Movements. A comparative perspective”, Comparative Politics, vol. 18, no. 2, enero de 1986, p. 151.
[10] Hace falta un estudio sobre la participación de las mujeres en la lucha guerrillera en la serranía de Guerrero, que dé cuenta de los porcentajes de mujeres activas tanto en los campamentos como en las redes de abastecimiento e información de los grupos armados. Aunque ningún trabajo sistematiza las referencias a las mujeres en la literatura sobre el tema, se puede advertir fácilmente que éstas son escuetas y aluden a una participación escasa. Por poner un ejemplo, de los 347 nombres que registró Acosta Chaparro como integrantes del PdlP, sólo 32 corresponden a mujeres. Acosta, op. cit. p. 97-105. De acuerdo con un testimonio, la Brigada de Ajusticiamiento del PdlP contaba con 200 hombres y 11 mujeres. Sotelo, coord.. op. cit. p. 295.
[11] José Natividad Rosales. ¿Quién fue Lucio Cabañas? ¿Qué pasa con la guerrilla en México? México, Posada, 1974, p. 93.  Pese a todo, la situación de las mujeres que lograron integrarse a los campamentos guerrilleros no fue desventajosa, de acuerdo con la propia Guillermina. Había compañerismo, respeto y equidad en la distribución de tareas.
[12] Intervención de Guillermina…. op. cit. p. 142.
[13] Aunque la clase media se benefició del desarrollo estabilizador y sus demandas no eran propiamente económicas, no se pueden soslayar los factores estructurales, tales como la injusta distribución de la riqueza, la dependencia económica, la falta de correspondencia entre crecimiento y desarrollo económicos, etc.  Este era precisamente el escenario que los guerrilleros esperaban transformar.
[14] Mi recuento incluye a las mujeres de origen urbano que participaron indistintamente en la ciudad y el campo. Macrina Cárdenas maneja un porcentaje similar, pero engloba a todas las organizaciones armadas del país. Cárdenas, op. cit. p. 610. Como caso paradigmático se puede señalar a la Liga Comunista 23 de Septiembre, la organización guerrillera urbana más grande de aquella época. La policía descubrió los nombres de 392 militantes, de los cuales 70 eran mujeres. Acosta, op. cit. p. 162-171. En el anexo final aparecen 24 casos adicionales, lo que arroja un total de 94. 
[15] Kampwirth, op. cit. p. 171.
[16] Cárdenas, op. cit. p. 614. Los prejuicios que prevalecían en las ciudades respecto a las mujeres guerrilleras no eran muy distintos a los del medio rural, ya que éstas eran tachadas de aventureras, provocadoras, “marimachas”, sólo aptas para servir de cocineras, sirvientas o “putas”.
[17] Véase anexo final.
[18] Cárdenas, op. cit. p. 612. Uno de los testimonios más elocuentes sobre la importancia de la muerte de un familiar en la determinación de tomar su lugar en la guerrilla, es el de Minerva Armendáriz Ponce, Morir de sed junto a la fuente. México, Universidad Obrera de México, 2001.
[19] Ibid. p. 615. Las tareas iban desde ser correos o enlaces hasta participar en expropiaciones bancarias, secuestros y combates contra las fuerzas del orden.  De acuerdo con la autora, el machismo se dio en el terreno de las relaciones de pareja. Debe remarcarse también que, en una sociedad como la mexicana, que ponderaba las demostraciones de “virilidad” traducidas en la fuerza física, los guerrilleros encontraban una correspondencia entre la exaltación de su masculinidad y su actividad militar. En forma sarcástica, Carlos Salcedo denominó “teoría de los huevos” al planteamiento según el cual “las acciones armadas se realizan no porque políticamente hay necesidad de ello, porque tiene un fin que incidirá directamente en el desarrollo del partido, ni tendrá razón de justificarse por sí misma, sino porque se tienen ‘huevos’ suficientes para hacerlo”. Carlos Salcedo García. Grupo guerrillero lacandones. La luz que no se acaba. México, Símbolo Digital, en prensa, p.  36.
[20] También cabe suponer que las organizaciones en las que la presencia femenina era notablemente inferior, el sexismo fuera más intenso. Por ejemplo, al interior de las Fuerzas de Liberación Nacional, el “machismo” era una actitud tan generalizada que el máximo dirigente, César Yáñez, llamó a superarla en un comunicado, aduciendo que éste se basaba en “prejuicios tradicionales, totalmente infundados y sumamente dañinos para la Revolución”. AGN, DFS, [Comunicado confidencial a todos los militantes de las FLN, 6 de agosto de 1973], Exp. 11-212-74, L-11, H-21.
[21] La organización en la que se generó el mayor número de liderazgos femeninos fue la Liga Comunista 23 de Septiembre. Entre las militantes que alcanzaron cargos de dirección se puede mencionar a: Teresa Hernández Antonio, Margarita Andrade Vallejo, Alicia de los Ríos, Olivia Ledesma Flores y Teresa Gutiérrez. Otros dos casos interesantes son el de Aurora de la Paz Navarro del Campo, que fue dirigente nacional de las Fuerzas Armadas Revolucionarias, y el de Elisa Irina Sáenz Garza, que fue la primera mujer responsable de una red urbana de las Fuerzas de Liberación Nacional, así como la primera y única mujer del Núcleo Guerrillero Emiliano Zapata. Casi todas las lideresas de aquella época fueron asesinadas o desaparecidas.
[22] Kampwirth, op. cit. p. 31.
[23] La ex–guerrillera Elisa Benavides definió como un “imperativo moral” el sentimiento de muchos jóvenes  que creyeron que lo que el país necesitaba en ese momento era que ellos se rebelaran. “Elisa Benavides o el imperativo moral”, en Sabina Berman y Denis Maerker eds.  Mujeres y poder. México, Hoja Casa Editorial, 2000, p. 132.
[24] Carta de Dení Prieto a sus padres y hermana, octubre de 1973 en Luis Prieto Reyes, Guillermo Ramos y Salvador Rueda, comps. Un México a través de los Prieto. Cien años de opinión y participación política. Jiquilpan de Juárez, Centro de estudios de la Revolución Mexicana “Lázaro Cárdenas” A. C., 1987, p. 697.
[25] Aun cuando los campesinos no tuvieran nexos con grupos armados, los militares desplegaban la misma saña contra ellos, ya fuera a manera de escarmiento preventivo, para inhibir el apoyo a la guerrilla o simplemente para exhibir la fuerza del gobierno y evidenciar la impotencia de los rebeldes.
[26]  El IHSM de la FEMOSPP ofrece un catálogo extenso y pormenorizado de los ataques de las fuerzas públicas contra las comunidades campesinas de Guerrero. Sotelo, op. cit. cap. VI, passim.
[27] Citado en Cárdenas, op. cit. p. 610.
[28] Castellanos, op. cit. p. 302.
[29] Entrevista de la autora con Bartola Serafín Gervasio, 10 de septiembre de 2006, Ciudad de México.
[30]  Véase anexo final.
[31] Maier, Elizabeth. Las madres de los desaparecidos. ¿Un nuevo mito materno en América Latina?  México, Universidad Autónoma Metropolitana/El Colegio de la Frontera Norte/La Jornada Ediciones, 2001, p. 54.