martes, 21 de diciembre de 2010

Sobre el secuestro de Diego Fernández de Cevallos y los exmisteriosos desaparecedores

"Tomarlo prisionero, exhibirlo y obligarlo a devolver una milésima de lo robado constituyó además un golpe político a la plutocracia y a sus instituciones; una demostración de la voluntad de lucha y de la capacidad operativa de los descalzonados, como él nos denomina; una demostración de que nadie, por poderoso que sea, puede ser intocable; una demostración de que con unidad de acción se puede doblegar la voluntad del enemigo y combatir la impunidad". 
                                                                                                                                                      Red por la Transformación Global


El 20 de diciembre, tras siete meses de cautiverio, fue liberado Diego Fernández de Cevallos (DFC), uno de los políticos más poderosos de México, pieza clave de la narco-oligarquía y uno de los artífices del Estado privatizado y privatizador. La larga estela de rumores y especulaciones que desató su secuestro, el 14 de mayo del presente, sacó a flote todas las características del imaginario colectivo de la sociedad mexicana, a un punto tal en que, el comunicado en el que los "exmisteriosos desaparecedores" dieron a conocer su identidad y los móviles del secuestro, ha pasado a último plano al lado de las teorías de la conspiración que proliferan en las redes sociales, el periodismo aficionado y los poco profesionales medios de comunicación. La atmósfera está tan enrarecida que incluso la gente crítica descree del plagio y de su calidad política. Esto no es, de ningún modo, gratuito, por el contrario, es el índice más puro e inmediato del absoluto escepticismo de la sociedad respecto a las versiones oficiales del gobierno y la prensa. Nos han mentido y manipulado hasta el cansancio, su credibilidad es absolutamente nula. Se han burlado tantas veces de nosotros que vemos cortinas de humo, distractores, intenciones perversas y planes maquiavélicos hasta detrás de las más simples coincidencias. Estoy convencida de que este es el caso. Las organizaciones clandestinas por lo general tienen una agenda paralela a la que se maneja en la esfera pública y por consiguiente sus acciones son interpretadas erróneamente o provocan efectos contraproducentes. Los secuestradores de DFC no podían preveer que las fechas en que programaron la liberación coincidirían con el atroz asesinato de la heroica activista Marisela Escobedo, las agresiones a su familia y la explosión de ductos de PEMEX en San Martín Texmelucan, hechos todos ocasionados por la negligencia, la corrupción y la irresponsabilidad criminal de las autoridades de todos los niveles. Al respecto, no puedo evitar evocar el año de 1978, cuando la Liga Comunista 23 de Septiembre asesinó por accidente a Hugo Margáin Charles, en un intento de secuestro. Todo mundo pensó que intentaban sabotear la huelga de hambre que sostenían las madres de los desaparecidos en la Catedral Metropolitana. Nada más incorrecto, pero las agendas eran, en definitiva, incompatibles.
Como alguien que se especializa en el estudio de las organizaciones armadas, me propongo defender la autenticidad del comunicado, analizar las características del grupo autodenominado Red por la Transformación Global y visualizar cómo se inserta este acontecimiento en la actual coyuntura política. 
Desde la década de los setenta, el secuestro de magnates ha sido uno de los métodos clásicos de las guerrillas urbanas y rurales para hacerse de recursos. Los secuestros políticos se han sucedido con pocas interrupciones año con año, desde el lejano 1971 en que el Frente Urbano Zapatista secuestrara a Julio Hirschfield Almada, Director de Aeropuertos y Servicios Auxiliares -por quien el presidente Luis Echeverría pagó la cifra espectacular de tres millones de pesos de la época- hasta la actualidad. 
Los indicios con los que los desconfiados pretenden convencernos de que no hubo ningún secuestro en el caso de DFC y que todo fue una simulación para posicionarlo como candidato presidencial, son extremadamente endebles. Se preguntan por qué Diego tenía el cabello recortado, lucía limpio y saludable y con buen semblante en general (pese a su barba de profeta bíblico). La lógica elemental nos dice que, alguien cuya vida estaba cifrada en $30 millones de dólares, debía ser tratado con cuidados extremos de parte de sus captores. Por otro lado, de acuerdo con sus códigos internos, las organizaciones político-militares deben mostrar en cada acción superioridad moral frente al enemigo. Así, no podían darse el lujo de propinar al secuestrado el mismo trato de los militares hacia las personas detenidas-desaparecidas en el Campo Militar No. 1, por ejemplo. No podían torturarlo ni someterlo a tratos crueles, inhumanos y degradantes, porque eso podría haberlo puesto en peligro de muerte. Lo que me parece contundente para establecer que DFC estuvo siete meses encerrado en una casa de seguridad (o a lo más, en un par de casas) es su lentitud para caminar. Debió tener pocas oportunidades de hacer recorridos a pie. Y sin embargo, como toda persona que ha pasado por un cautiverio largo, debió tener unas ganas locas de correr que, por su senilidad, suplió por las de manejar. Que por qué no luce como una persona traumatizada, que por qué manifiesta bastante autocontrol, etc. son algunas de las preguntas que presuntamente no encajan con la versión del secuestro. Yo insisto: había que preservar su salud física y mental, debido a que la familia mostró muchas dudas para pagar el rescate. Bastaba con que el exsenador enfermara gravemente o enloqueciera para que la familia desistiera de recuperarlo.  Los secuestradores se quejaron en un par de ocasiones de la lentitud de la respuesta y advirtieron que Diego había caído en depresión. Y es que, a ninguna organización armada le conviene tener una bomba de tiempo hibernando en una casa de seguridad. Por eso, plagiado y plagiarios coinciden en el respeto a la integridad física que prevaleció en todo momento. Así tenia que ser.Y Diego, al que no se le podía ver ni un rasguño, debió elegir de motu propio la barba larga como constancia de sus largos meses de encierro.
Los "misteriosos desaparecedores", que resultaron ser una más misteriosa aún "Red por la Transformación Global" (RTG), fueron asombrosamente cuidadosos en todos los detalles. Ambos operativos (secuestro y liberación), fueron impecables y el hecho de no dar a conocer los móviles políticos de la acción desde el inicio, permitió que se barajaran distintas líneas de investigación (ajustes de cuentas entre grupos de poder, participación del crimen organizado, etc.). Eso permitió que los secuestradores y sus posibles contactos estuvieran al margen de la pesquisa judicial. Imaginemos por un momento que desde el principio se hubieran reivindicado como grupo armado: se hubiera desatado una feroz cacería de brujas contra la izquierda radical y, de paso, se hubiera intentado embarrar a la institucional, como una estrategia sucia y nada novedosa del gobierno. 
La capacidad operativa mostrada por la RTG es extraordinaria y así debe ser su infraestructura. No improvisaron nada, no son novatos ni aficionados. Este no debió ser su primer secuestro. La precisión, el cálculo, la disposición a la espera larga, etc. los llevaron a dar un golpe maestro. No se puede decir lo mismo de su estrategia de comunicación, ya que ésta no ha tenido el impacto que debieron haber esperado, en la medida en que se duda de la autenticidad de la RTG y su discurso. Los que sí aceptan que hubo un secuestro, los acusan de ser vulgares plagiarios con una fachada política y éstos no pueden probar lo contrario porque son clandestinos y deben proteger su seguridad ante todo. Por ello, yo les otorgo el beneficio de la duda.
Quizá algunos integrantes de la RTG tienen una experiencia de años en la clandestinidad y provienen de otros grupos o membretes. Su nombre contrasta con los tradicionales grupos comunistas, revolucionarios y de liberación nacional de los setenta. Y su retórica es ajena a la de los grupos activos más característicos: EPR, TDR, ERPI, etc. Aún si su origen fuese socialista, están más cerca del posmodernismo de izquierda del EZLN que de cualesquiera otra expresión del tradicional guerrillerismo latinoamericano. Eso me hace suponer que en el seno de la RTG hay individuos jóvenes, con ideas y propuestas nuevas. Asimismo, su énfasis en lo global evidencia sus vínculos con el exterior. Es probable que tengan la asesoría de organizaciones similares extranjeras, que también los ayudarían a resolver el problema de cómo administrar treinta millones de dólares sin ser detectados. 
Acostumbrados como estamos a las "guerrillas fósiles" de los setenta, como las llama el régimen, o a las "guerrillas mediáticas", más inofensivas que una mosca, como también piensa el Estado del EZLN, nos hace corto circuito la idea de esta guerrilla híbrido, que actúa con las tácticas del pasado y una ideología renovada. Es hora de aceptar que estamos ante un fenómeno novedoso. Si bien, desde mi punto de vista, no se puede hablar del asunto sin evaluar lo que ha pasado con los movimientos armados en México en los últimos 45 años (contando desde el asalto al cuartel Madera en 1965). Ese balance está pendiente. Lo único que puedo asegurar es que las vanguardias armadas, aún cuando estén integradas por gente arrojada, valiente y abnegada, tienden al fracaso cuando se desconectan de los movimientos sociales. Esa falta de mediaciones le costó muy caro a los grupos armados de los setenta: la izquierda abierta los veía como "apóstoles de caverna" y no faltó quien les endilgara el título de provocadores a sueldo de la CIA. Desgraciadamente, se trataba de la gente más comprometida con las transformaciones profundas que el país necesitaba. Cuando fueron exterminados nadie lloró por ellos, el Estado dijo que eran terroristas y que merecían ser descuartizados en la tortura y tirados al mar y la gente, con su silencio, le dio la razón. Así, perdimos a una valiosa generación de luchadores sociales que nos hizo mucha falta para construir un mejor país. En contraparte, los policías y militares expertos en contrainsurgencia fueron premiados con la administración del negocio del narcotráfico por sus labores de "limpieza política". La sociedad está pagando muy caro su indiferencia ante los crímenes de lesa humanidad que se cometieron contra los guerrilleros y sus bases de apoyo, pero esa es otra historia. Al respecto, será interesante analizar la hipótesis de la correlación entre el caso Irán-contras y el crecimiento exponencial del narcotráfico en México que ofrece la RTG.
Entre los que se esmeran por denostar la acción del RTG, se escucha decir que el comunicado en tres partes es de una gran pobreza intelectual (http://mx.groups.yahoo.com/group/redporlatransformacion/)
En mi opinión, hay un claro manejo de un lenguaje de impronta académica: sin faltas de ortografía, con una sintaxis en general correcta, un léxico por arriba del promedio y un afán explicativo de la realidad social. El discurso no va dirigido ni a la intelectualidad exquisita ni a obreros y campesinos. La izquierda clasemediera parece ser el destinatario idóneo, pues el diagnóstico que la RTG hace sobre el país coincide punto por punto con lo que muchos expresamos en redes sociales y blogs. La crítica a la mafiocracia, al narcoestado, a las corporaciones trasnacionales, a la tiranía de las minorías sobre las mayorías, a la polarización socioeconómica, a la violencia estructural, social y cultural, a la desciudadanización y a la falta de democracia y el imprescindible rosario de males sociales que nos aquejan, son ideas que circulan de forma recurrente en diversos espacios, reales y virtuales. Lo que no es nada claro en el comunicado es el pronóstico. Contrariamente a lo que la gente siempre espera, la RTG no nos dice qué hacer ni cómo hacerlo. Su discurso no contiene elementos programáticos ni ofrece un proyecto de nación. Se queda al nivel de la defensa de los valores humanitarios, de la vida digna, del poder popular (reminiscencia del maoísmo mexicano de los setenta y ochenta) y del uso legítimo de la violencia. Los he calificado como posmodernos de izquierda porque sostienen la idea de que las distintas luchas (abiertas y clandestinas) pueden producir el anhelado cambio social. No se trata de la lucha de clases ni del proletariado como sujeto histórico. Somos nosotros, todos, los que nos organizamos en cada trinchera y nos convertimos en multitud dispuesta a tomar por asalto el imperio, ¿no?
La defensa de la violencia como recurso que hace la RTG es muy abstracta. En general, el tono del comunicado es más sociológico que histórico, a diferencia del discurso del EZLN, si bien, el uso del lenguaje con tintes poéticos es semejante. Considero que les hizo falta una justificación política más concreta del secuestro. En una era donde los mexicanos estamos hartos de que nos llamen por teléfono para simular el secuestro de un familiar, odiamos la extorsión y tememos al plagio, es difícil encontrar alguna. El secuestro de cualquier ser humano es moralmente inaceptable, sin embargo, tratándose de un personaje tan despreciable y que ha hecho tanto daño a la nación, la mayoría de la gente se congratuló del hecho y algunos clamaron incluso por su eliminación ("no lo devuelvan, les pagamos para que se lo queden"), para conocer así la justicia que siempre nos han negado a los de abajo. Y la RTG no supo qué hacer con eso, porque antes que todo estaba el interés instrumental por el monto del rescate. La disyuntiva aparentemente no era fácil: o se hacía justicia popular o se le sacaba el máximo provecho. Si hemos de creer en las intenciones revolucionarias de la RTG, no habría paradoja más perfecta que financiar un movimiento armado con el dinero que uno de los políticos más corruptos de nuestra historia ha robado al país. Los de la Red demostraron ser hombres y mujeres de palabra, pues bien podrían haber cobrado el rescate y ajusticiado a DFC, conjurando así el peligro de una venganza mayúscula por parte de éste. Lo liberaron porque tienen principios. Si actuaran como los cárteles o como el Estado mismo, no habría sido así, o al menos lo hubieran devuelto sin orejas, sin lengua o sin dedos.
Lo último que quiero resaltar del comunicado son las revelaciones que ofrece. DFC defendió a la empresa MetMex Peñoles contra las madres de más de once mil niños envenenados por la contaminación ocasionada por la fundidora en Torreón, Coah. ¿Por qué ningún medio cita este caso al hablar del curriculum del panista? Tampoco se había puesto énfasis en el papel de DFC en el restablecimiento de las relaciones entre la Iglesia y el Estado, o su función como interlocutor entre distintos grupos de oligarcas y narcotraficantes. Señores de la RTG, sería interesante que ofrecieran al público las confesiones filmadas de DFC. Los que tenemos dignidad y memoria histórica, sabremos aprovecharlas.
La descalificación de periodistas y aficionados hacia la RTG es una reedición de la histeria que provocaban las acciones de los grupos armados en los setenta. En aquellos años se hablaba de fanáticos delirantes o  resentidos sociales que estaban extraviados ideológicamente y demás. Hoy escuchamos los mismos adjetivos, la misma ridícula acusación de que los guerrilleros lo ven todo como una lucha entre ricos y pobres. No hay peor ciego que el que no quiere ver. Es más fácil condenar a un grupo de ciudadanos que ha dicho "¡Ya Basta!" a su manera que al gobierno que prostituye las instituciones y nos pone a todos los mexicanos al borde de la extinción. De acuerdo, concediendo que la lucha armada no es la vía, ¿qué hacemos contra un Estado que es inviable, que no cumple con ninguna de sus funciones y que nos orilla a los mexicanos a hacernos justicia por nuestra propia mano? Más que descalificar los esfuerzos de los que sí luchan y se organizan, deberíamos estar pensando en qué hacemos nosotros para no entregar un país totalmente destruido a las futuras generaciones.
Muy a su manera, los de la Red fueron los únicos que conmemoraron el Bicentenario y el Centenario con actos que trascendieron a la retórica. Su acción no tuvo el efecto que ellos esperaban. Desgraciadamente, en los últimos cuarenta años, la sociedad mexicana no ha estado a la altura de sus luchadores sociales. Y esto, en mi humilde opinión, se debe a que el trabajo político más importante no es el de pretender conquistar a las masas con acciones espectaculares, sino el más modesto y cotidiano de instrucción, concientización y politización.
Así, el secuestro de la RTG se inserta en un gran vacío sociopolítico, en el hartazgo y el escepticismo social respecto a las posibilidades de la violencia y en un nihilismo generalizado. Sin embargo, para la gente pensante, con ganas de participar, sus ideas y su provocación son un reto para pensar en el futuro que podemos construir. Ya el tiempo dirá si la RTG es un grupo congruente con los principios que dice defender, si son una fachada o si engrosarán tristemente las filas de las vanguardias armadas exterminadas por el Estado.